miércoles, 5 de enero de 2011

Camioneros, un mundo por descubrir.

Cuando haces autoestop conoces a gente realmente interesante, pues las personas dispuestas a parar a unos mochileros sucios y dejados, y llevarlos en su coche, ya deben de tener algo de especial.
En el trayecto de Berlín a Barcelona, nos paró una pareja que viajaba en una furgoneta con sus dos bebés. Él era actor de teatro, ella, un encanto. Sólo estuvimos con ellos unos kilómetros, quizá durante 20 minutos, que bastaron para que ella me regalara un saco de dormir y nosotros les regalaramos una botella de vino que el anterior conductor que nos había recogido, un representante de vinos, nos había dado.
En una de las paradas que hicimos en las estaciones de servicio, a lo lejos, allí donde se encontraban todos los camiones aparcados, oí unos gritos que me dirigía uno de los camioneros mientras agitaba los brazos como loco. "¡I love you!", me dijo, y yo "¡I love you too!", y ya, me acerco y claro, ¿de dónde iba a ser ese grupo de transportistas sentados en medio de la carretera con mesa, ensalada, barra de pan, etc? Pues españoles, claro, ¡y del sur! Ay que alegría, por fin, gente gritona, alegre, divertida. Mi amigo se fue a dar una vuelta, eso era demasiado para su prudencia y discreción holandesa, y yo allí, como una reina, hablando y riendo con esta gente tan "salada" que me invitó a comer una ensalada murciana y una sopa de sobre, me enseñó a pelar una granada con una cuchara y me regaló un pepino de por lo menos 80 cm de los que transportaban en el camión, que por cierto, en una de las carreras posteriores hacia un coche que nos paró, se me cayó y se me perdió.
Ellos no nos pudieron llevar a Barcelona porque estaban haciendo la ruta hacia el otro sentido pero, cuando después de 4 días de intentos no muy afortunados de llegar a Barcelona, y de noches gélidas en la tienda de campaña plantada en el césped de cualquier estación de servicio, y cuando a mí la aventura empezaba a no hacerme tanta gracia, ocurrió el milagro. Una cara amable nos hacía señas desde la ventana de un camión, se paró y en un intento de hablar lo que parecía entre inglés, alemán y polaco, nos indicó que ¡estaba dispuesto a llevarnos! Nos paró en la frontera entre Francia y Alemania, y pasaríamos con él más de 24 horas de ruta.
El milagro se llamaba Zibi, y era de Polonia. Pasaba meses conduciendo parando sólo para descansar y dormir en las estaciones de servicio, y nos contó que aún le faltaban dos meses para poder volver a casa... Lo que para él era una rutina, para mí fue toda una aventura, viajar en el camión por carreteras secundarias (pues así Zibi se ahorraba los peajes de las autopistas, por orden de su jefe) viendo el paisaje desde la enorme ventana, comer y dormir en el camión, y sobre todo, conversar sin parar a pesar de la dificultad del lenguaje, con un hombre amable y encantador, Zibi, una persona muy especial.

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